Aunque decidí resucitar este blog para publicar un artículo sobre la programación de mi último juego (Bugs Inc.), he vuelto a cometer el error de no escribir en él desde hace muchos meses.
Al repasar de nuevo las entradas del blog, he descubierto que el objetivo inicial de estos escritos es hablar de mis experiencias con los juegos ochobiteros. Por lo tanto, su evolución era escribir también sobre juegos originales ‘clásicos’, entiéndase clásico como juegos comprados antes de mi salto al PC.
Tras esta pequeña introducción pasamos al articulo principal.
En estos artículos, pues me temo varios capítulos, para tu mayor aburrimiento, voy a escribir sobre mis primeros originales. Tras escribir, demasiado, sobre la primera Cinta, ahora es el turno de las Cintas Originales.
Si no has leído mis anteriores divagaciones te aconsejo que las leas (La Cinta), pero si no te apetece, hago un pequeño resumen:
‘Allá por el 87 apareció por mi vida un aparatejo por el bebía los vientos, un microordenador. Para más señas un Commodore 64, del cual yo había oído hablar poco o nada en mi corta vida pre-adolescente, pero el amor surgió a primera vista. Tras unos torpes intentos de hacerme con el Basic de mi querido C64, vino a mí, de manos de la tienda donde se compró el ordenador, una Cinta con los primeros juegos para esta magnífica y maravillosa máquina.’
Con mi ordenador funcionado a pleno rendimiento, la Cinta me dio una vida que no pensaba que tendría. No solo disfrutaba programando pequeños programas en Basic, si no también cargaba esos juegos que me traían la maravillosa parte lúdica de los ordenadores. Desde ese momento empecé a mirar, con más deseo aún, los escaparates de las tiendas de informática y estanterías de grandes almacenes. Pero un pequeño cambio se produjo, ya solo me fijaba en las cintas, y si en el lomo, o en algún otro sitio, se podía leer Commodore.
Existían varios tipos de tienda en la venta de software lúdico, las emergentes, al menos para mí en aquellos años, grandes superficies, y las tiendas de informática del barrio.
Mi referencia por aquel entonces de gran superficie fue Pryca (ahora Carrefour) de San Fernando de Henares. Una gran novedad su apertura, pues fue la primera gran superficie en abrir sus puertas en el Corredor del Henares. Para mí era mágico ir a este sitio, pues había dos cosas que me interesaban en suma manera. Los libros de informática y por supuesto los juegos. Un recorrido típico era primero observar con calma la sección de libros. Había una sección completa dedicada a libros de informática para todos los sistemas del momento. Sabía que siempre podía encontrar algún librito que no fuera muy caro y así convencer a mis padres para comprarlo. Los había de todos los tamaños y precios, pero por desgracia nunca encontré un manual/libro de ensamblador que pudiera entender. Quizás fuera muy joven para unos conceptos de informática demasiado avanzados. Repasando alguno de esos libros me doy cuenta que en muchos casos son demasiados complicados en sus explicaciones. Se basan en cargadores Basic con interminables líneas de DATA, junto a POKE/PEEK. La mayoría casi tan indescifrables como las tablillas de barro babilónicas. Alguno de ellos todavía me cuesta entenderlos, y se supone que tengo experiencia y conocimientos suficientes. Bueno, como he dicho, se supone... Pero continuemos con una tarde de Sábado típica en Pryca.
Un par de muestras de libros comprados por aquella época:
Libro para aprender a dibujar con PETSCII |
Libro para apreder casi todos los secretos del Basic, con especial mención a PEEK y POKE, para terminar con extensiones del mismo en ensamblador. |
Tras vagabundear un rato por las estanterías de los los libros, y a lo mejor haber elegido un libro, me dirigía a la segunda parada, la sección de juegos. Recuerdo la mitad de un pasillo en la que varias estanterías se alineaban cintas con sus lomos de varios colores. Rosa para Spectrum, azul para Amstrand, negras para MSX, por último, y la más interesante para mí, las amarillas de Commodore. Reconozco que más de una vez, mis padres tenían que llamar mi atención, pues me quedaba aturdido comprobando títulos, carátulas, capturas... Comprobaba el título, consultaba en mi cabeza si había leído sobre él en mi revista de referencia, ya sabes Micromanía (a vuelto a salir). A continuación examinaba la carátula, casi siempre un dibujo que lo más probable poco o nada tendría que ver con el juego, pero mi imaginación hervía pensando en la acción del programa. Finalmente la mini descripción en su parte trasera, más la captura del juego. Aquí voy a parar un momento.
La mayoría de las cintas publicadas por Erbe eran de edición “barata”, entiéndase barata: Caja pequeña de plástico que contenía la cinta de juego, su carátula en papel y tras ésta, las instrucciones. En la mayoría de los casos una escueta descripción de la historia del juego, junto con las instrucciones de carga genéricas para todos sistemas de ocho bits. En algunos casos las instrucciones se extendían más de la triste contraportada, varias hojas plegadas, o incluso un mini libreto de varias cuartillas del tamaño de la caja, grapadas por su centro, con una letra minúscula. En aquella época no tenía ningún problema en leer el manuscrito... Ahora es otra historia, cuando vuelvo a intentar leer una de esas instrucciones te preguntas ¿Dónde he puesto las gafas?
En la mayoría de los casos, las capturas del juego en cuestión, eran casi inapreciables. Pues entre el plástico del embalaje, mala calidad de la impresión, y muchas veces peor fotografía, podía ser cualquier cosa lo que se mostraba allí. En este tipo de formato no se solía especificar a cual versión pertenecía la foto, o incluso no existía foto, si no en su lugar un dibujo que formaba parte de la carátula. Aunque uno era muy joven, siempre desconfiaba de las fotos de las cintas, pues ya sabía que Amstrand, Spectrum, MSX y Commodore no tenían los mismos gráficos, aunque existan por ahí juegos que son indistinguibles gráficamente entre versiones. Este conocimiento gráfico era gracias a los comentarios de las revistas y haber jugado anteriormente con el Spectrum de mi vecino.
Pocas veces me engañé sacando conclusiones precipitadas para la compra del juego de turno gracias a estas capturas. Eso no significa que no me equivocara en alguna compra, pues algunas veces conocía el juego por algún artículo, sobre todo en su versión “spectruniana”, y en mi mente siempre aparecía el pensamiento de que si en la versión Spectrum lo ponen por las nubes, en su versión Commodore seguro que es mejor, o al menos igual. Qué equivocado estaba algunas veces...
Tras todas las tribulaciones anteriores, la mayoría de los casos solo sacaba algún librillo y no juegos, pero al menos llevaba algo nuevo para alimentar a mi Commodore, aunque tuviera que teclearlo.
Pero a Pryca no solíamos ir mucho, estaba algo lejos, había que ir en coche, y al menos en mi casa, aún no se había impuesto la compra semanal, si no que mi madre compraba casi diariamente en el mercado del barrio. Por eso la siguiente fuente de software, aparte de algún vecino o compañero del colegio, eran las tiendas de informática.
Por desgracia las tiendas de informática “clásicas” han ido desapareciendo con el tiempo, supongo que la vida va cambiando y hay determinados negocios que ya no son rentables. Aunque todavía hay alguna que continúan con la tradición. Sin ir más lejos, en mi barrio actual, hay dos supervivientes, aunque ahora que recuerdo creo que ambas son de franquicias... Pero enfoquemos de nuevo la historia.
En aquel tiempo en mi barrio existían dos tipos de tiendas de informática, una de ellas podría llamarse profesional. Su escaparate mostraba ordenadores PC con grandes monitores de tubo y bonitas cajas grises debajo de ellos en las que se podía leer IBM. Realmente no me interesaba mucho, pues no vendían el tipo de producto interesante para mí por esas fechas.
El segundo tipo sí me interesaban, sobre todo la tienda que se encontraba en la calle Marqués de Alonso Martínez. Esta tienda era pequeña, muy pequeña, ya desde su escaparate daba la sensación de abarrotada, casi comprimida. La tienda, ya antes de poseer mi propio ordenador, me llamaba mucho la atención. Casi siempre podía verse un televisor con algún juego corriendo, creo que es aquí donde vi por primera vez Jet Pack de Spectrum.
Antes de atravesar el umbral de la puerta, vamos a hacer un otro pequeño inciso para situar la historia/anécdota de la primera compra de cintas originales.
Tras la llegada de mi nuevo y flamante Commodore 64, unos meses después, estalló la noticia. Bajada espectacular de precio en los juegos para todos los sistemas, 875 pesetas. Un número mágico desde entonces. Este anuncio revolucionó en todos los aspectos la compra venta de videojuegos. No solo para los compradores, si no también para las casas de software.
No estamos locos... (Creo que esta imagen ya la publique) |
Hasta entonces, un juego costaba del orden de 1200 a 3000 pesetas, algo prohibitivo para la mayoría. Principalmente para niños como nosotros, que no teníamos ingresos, y además sus progenitores no estaban por la labor de gastar ese dineral en un jueguecito: Nótese el retintín con el que se solía responder a este tipo de peticiones de compra.
Con esta gran noticia en mente pronto empecé a “ahorrar” para la compra de juegos.
El ahorro mencionado consistía principalmente en alguna sisa de vueltas de compra de pan o ultramarinos del barrio, y el acúmulo de alguna “paga” de los Domingos por parte de padres y abuelos. Se compraban las chuches justas o directamente no se compraban. Tras un tiempo con esta política de ajuste de gastos, más algún ahorrillo para la la Micromanía mensual, conseguí 875 pesetas.
Nota del autor: 'Al principio en este texto escribí 1000 pesetas en un billete, pero no creo que lo tuviera. Improbable, era mucho dinero para alguien tan joven como yo. Por eso me decanto por un billete de 500 pesetas. Es mucho más plausible conseguirlo por mi abuelo, y el resto de las ya mencionas sisas, y ‘pagas’ de veinte duros de fin de semana.'
Anverso y reverso del billete de 500 pesetas dedicado a Rosalía de Castro |
Una vez conseguido el precio del juego, me dirigí a la mencionada tienda a ver qué podía ofrecerme.
Como he escrito anteriormente, el local era pequeño, muy pequeño, o yo por menos lo recuerdo así. Cuando entrabas el interior te acosaba. Estanterías abarrotadas de todo tipo de cosas causaban una sensación claustrofóbica. En la pared contraría a la puerta un mostrador y tras él, el dueño. Creo que era el dueño o regente de la tienda. No recuerdo muy bien su edad o su aspecto, pero si recuerdo un frondoso bigote rubio, teñido quizás por fumar.
Tras el choque inicial de la apabullante cantidad de cosas apiladas en las estanterías y el fuerte olor a tabaco, pronto descubrí el lugar de los juegos. Para mi sorpresa los juegos no tenían el habitual formato visto en otras tiendas. En su lugar, cajas negras algo mas grandes, como pequeños estuches de cintas de vídeo. La cinta en su interior, en algunos casos, tampoco contenía el formato blanco de Erbe, si no negras, con pegatinas de distintos colores, en los que se leía el nombre del juego, casa de software, y su versión. Recuerdo decepcionarme un poco, pues juegos para Commodore había pocos, sobretodo si lo comparaba con los existentes de Spectrum.
Como no había mucho donde elegir pronto termine con el vistazo de los juegos, supongo que el dependiente/dueño de la tienda me miraría impaciente, pensando: ‘Otro niñato de éstos, mirando, pero no comprando’. El caso es que yo iba con la firme decisión de comprar un juego, pues tenía en mi bolsillo el precio justo.
El juego que más me llamo la atención fue Zorro, pues un amigo spectrunero del colegio me hablaba de él. Contándome que era una aventura muy entretenida, en donde tenías que recoger objetos, pelear a espada contra los esbirros del gobernador, y salvar a una bella damisela secuestrada por el malvado dirigente.
Con la cajita del juego me encamine hacia el mostrador poniéndolo encima del mismo y dispuesto a pagar las 875 pesetas correspondientes. Pero en lugar de cobrarme, el dependiente me comenta que puedo elegir otro de los juegos, y por el importe de 1200 pesetas comprar ambos.
Mi sorpresa fue mayúscula, me pillo completamente descolocado, por un momento estuve indeciso. Por solo por 325 pesetas más podría llevarme otro de los juegos colocados en la estantería… Mi mente pronto recordó que sí poseía esas 325 pesetas de más, el ahorro para la Micromanía del siguiente mes, la revista costaba 350 pesetas por cierto. A si que tras un apresurado ‘Guárdeme éste’, salí de la tienda en busca de los dineros restantes para conseguir la oferta de dos por uno que se abría ante mí.
No tarde demasiado, la tienda estaba muy cerca de mi casa y la localización de los dineros era cosa fácil, siempre guardados en el cajón del escritorio de mi habitación.
Al volver a entrar en la tienda, comprobé, para mi alegría y alivio, que el juego del Zorro continuaba encima del mostrador. Tras un breve saludo, volví a recorrer con la mirada los juegos expuestos ¿Cuál escogería como segunda opción?
Otra caja llamo mi atención en el segundo recorrido. Un gon dorado, muy trabajado, se sostenía contra dos soportes, los cuales estaban semi enterrados en la arenas del desierto. Debajo de él, con letras semejantes a la escritura árabe, el título: Master of the lamps.
En su contraportada, enmarcado en el gon de la portada, un beduino embozado, mira desafiante al espectador. En su parte superior minúsculas capturas de juego, que en ese momento no me parecieron malas, pues se me antojo que los colores no eran spectruneros.
Tras este gasto, mis finanzas quedaron muy mermadas, extintas diría yo, pues todos mis ahorros se dilapidaron en un breve momento. Pero por el contrario, estaba feliz, había conseguido por un buen precio dos juegos.
Esta felicidad ¿Duraría mucho? Lo veremos en le siguiente episodio de ‘Los Originales’
Si has leído hasta aquí muchas gracias por soportarme, espero que al menos te hayas entretenido un rato, y hayas recordado tus propias experiencias.
DarrO
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